Líder

Nuestra creencia en la democracia se basa en que las decisiones del grupo son superiores a la suma de las decisiones de los componentes del grupo. A menudo, las decisiones tomadas por consenso son todavía más acertadas que las tomadas por simple votación. Incluso otros procesos sociales como Google o Wikipedia también se basan en el consenso del grupo. Por las investigaciones de David Sumpter y su grupo, de la Universidad de Uppsala, en Suecia, sabemos que cuantos más individuos forman el grupo, más acertada es la decisión tomada por consenso. Para alcanzar el acuerdo, de alguna manera, los miembros del grupo deben integrar los diferentes y dispersos conocimientos que tienen sobre el asunto en cuestión. Podría ser que cada individuo copie a los que tiene más cerca pero, aparte de que alguno tiene que ser el primero, esta simple copia puede llevar a decisiones equivocadas (¿Ovejas lanzándose por un barranco asustadas por el lobo?). Según Sumpter y sus colegas, cada individuo maneja su información y, de alguna manera, todos ellos fallan en compartirla.

Los experimentos de Uppsala se hicieron con pequeños grupos (uno, dos, cuatro y ocho ejemplares) del pez de agua dulce espinoso (Gasterosteus aculeatus), que debían alcanzar el consenso para seguir a una de las dos réplicas (debían elegir un líder) que se les daban para elegir. Los peces distinguían ambas réplicas y seguían la más adecuada (¿atractiva?) con mayor acierto según aumentaba el número de miembros del grupo. Eligen la réplica mayor sobre la menor, o la más gruesa sobre la más delgada. Ante las dos réplicas, unos peces van detrás de una de ellas y otro grupo detrás de la otra; el resto espera, y cuando ya están establecidos los dos grupos, se suma al más grande ellos.

En nuestra especie, John Dyer y su grupo, de la Universidad de Leeds, para estudiar este asunto han organizado varios experimentos con cuarenta grupos de ocho estudiantes cada uno. El grupo desea llegar a un recurso o iniciar cualquier movimiento que significa una migración hacia un recurso. Pero los individuos tienen información dispersa, contradictoria e insuficiente para elegir la dirección del movimiento. Si dentro del grupo hay una minoría bien informada, el resto seguirá a este subgrupo, sin que sea evidente comunicación verbal o algún tipo de señal para que se produzca el seguimiento, la mayoría sigue sin más a quien parece que sabe lo que hace. Cuando no hay acuerdo, este se toma rápidamente por mayoría y el tiempo en llegar al destino no cambia excesivamente; es decir, el consenso es posible y muy eficaz. Dyer añade que la posición inicial dentro del grupo de los individuos de la minoría que va a dirigir el movimiento es muy importante con lo que esto conlleva en cuanto a la posición de los dirigentes en términos de control de multitudes o de evacuaciones.

Pero, ¿cómo y qué zona del cerebro interviene en este consenso social? A menudo, tomamos la decisión simplemente porque las reglas sociales así lo exigen, y no nos supone mayor esfuerzo (por ejemplo, parar ante un semáforo en rojo). Sin embargo, en otras ocasiones existe un desacuerdo entre individuos; para evitar el desacuerdo, debemos aprender comportamientos. Ello implica que zonas del cerebro que intervienen en el aprendizaje, también lo hacen en la comunicación social (zona cingulada rostral y el striatum ventral, sin más detalles que lo único que hacen es complicar más este asunto). La amplitud del desacuerdo es también un adelanto de lo que costará aceptar la mayoría social; cuánto más en desacuerdo estemos con el grupo, más nos costará adecuarnos a su comportamiento. Pero, al final aprendemos; en general, no hay más remedio, excepto para los que acaban por salir del grupo. Que, por otra parte, es una elección respetable. Curiosamente, el tema sobre el que estos grupos es sobre el atractivo de una cara, tal como Vasily Klucharev y sus colaboradores, de la Universidad de Nijmegen, en Holanda, plantearon estos experimentos.

Y uno se pregunta, en una sociedad democrática, que todos estos estudios de consenso y conformidad sociales se aplicarán, ante todo, a las elecciones. Y el resultado de esas elecciones supondrá un acuerdo social sobre nuestros dirigentes durante un tiempo determinado. Y, como somos muchos los electores, según hemos visto, la elección debe ser enormemente acertada. En conslución, ¿qué buscamos al elegir a nuestros líderes en una sociedad democrático?. Pues, quién lo iba a decir, buscamos a los más simples. Según Gian Vittorio Caprara y su grupo, de la Universidad de Roma, aseguran que la compleja personalidad humana se puede simplificar, con esfuerzo, en cinco rasgos principales: energía y extroversión; empatía y amistad; consciencia; estabilidad emocional; e inteligencia y apertura a nuevas experiencias. Después de diferentes encuestas en la población en general, entre personalidades y entre políticos, la conclusión es que con ser enérgico e innovador por una parte, y honrado y creíble por otra, ya vale para ser un estupendo político. O, quizá, vale con sólo parecerlo. En fin, la simpleza (¿o la sencillez?) siempre serán recompensadas.

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