La desconfianza (Juan Bas)

 Pasaré casi por alto lo evidente. Si al fondo de una callejuela tétrica ves que te esperan dos tipos mal encarados con navajas en la mano, es más que probable que no se propongan cortate queso para que te hagas un bocadillo. La desconfianza irrumpe a la vez que el instinto de conservación; huyes en dirección contraria.
Otra cuestión menos evidente es la desconfianza que surge automática hacia una persona que acabas de conocer y de quien no tienes referencias de que sea alguien de cuidado. Quizá es pura intuición derivada de las colisiones químicas o en tu inconsciente tienes archivados arquetipos de formas de mirar, hablar o gesticular que te disparan la desconfianza porque te sugieren falsedad, motivaciones ocultas. Pero también esto es bastante primario.
Más me interesa la reflexión sobre el territorio que podría llamarse el limbo. Personas  que no te infunden en absoluto desconfianza, pero de las que sabes que nunca llegarías a desarrollar con ellas una auténtica confianza. Con algunas de estas personas, sin que se dé contradicción, puedes incluso construir una cierta amistad y tenerles aprecio. Una de esas amistades, nada desdeñables, que se basan en los intercambios intelectuales y excluyen las confidencias de la vida privada. Reconoces que hay queda el techo de la relación y que no es posible añadirle más pisos. Está bien así.
Mi particular baremo para distinguir con qué personas de las que, aunque en principio no desconfío, jamás podría derivar hacia la auténtica confianza y por tanto a una amistad íntima, es mi grado de relajación en su presencia. Aunque, como he dicho, medie un aprecio real y un cierto cariño, nunca estoy relajado del todo en su compañía. No es que mantenga la guardia alta ni esté a la defensiva, pues no espero ataque alguno, todo lo contrario, pero por un transfondo difícil de precisar y de explicarme a mí mismo sin entrar en sinuosos y rebuscados análisis, no estoy tranquilo al cien por cien. Puede que se deba a un complejo de inferioridad intelectual por mi parte, pues suele sucederme con personas muy inteligentes, cultas de verdad y de gustos intelectuales notables que al mismo tiempo se muestran con sencillez y falta de pretensiones. Quizá, mi leve desasosiego se basa en que tengo miedo de que esas personas me consideren un fatuo o un pretencioso desde su conseguido equilibrio entre el ser y los vanos anhelos de conquista del mundo. O que en realidad no me creo del todo su llaneza y adivino en el fondo una cierta impostación blanca que no oculta de un modo total el que se saben superiores; puede que a su pesar, pues son demasiado inteligentes como para estar encantados de haberse conocido a sí mismos. El pequeño problema de imposibilidad de confianza en esos casos, sin duda es mío.
Artículo publicado por Juan Bas en el diario El Correo el 16 Junio 2010

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